sábado, 17 de diciembre de 2011

La izquierda y los impuestos. Primera parte

La raíz del socialismo está en el análisis económico marxista: los propietarios de los medios de producción (los capitalistas) pueden abusar de la masa que carece de estos medios (el proletariado), apropiándose de gran parte de la riqueza obtenida en el proceso productivo (la plusvalía), perpetuándose la injusta estructura de clases, con los capitalistas cada vez más ricos y los trabajadores cada vez más explotados.

La solución a esta injusticia es bien simple: los trabajadores deben apropiarse de los medios de producción, creando una sociedad igualitaria que además sería infinitamente más prospera, pues la producción se orientaría de forma científica al beneficio de la humanidad y no de unos pocos. Tal acción tendría que ser violenta, pues los capitalistas no se dejarían arrebatar los medios de producción por las buenas, y se tendría que imponer –a la espera de un futuro idílico anarquista- la dictadura del proletariado para aniquilar a los saboteadores del proceso. Tal experimento social se realizo inicialmente en Rusia, luego en muchos otros países, y culminó en una sociedad esclavista, en la que un Estado represor y omnipresente se apropiaba de los beneficios del trabajo de toda la población, destruyó el bien más preciado del hombre –según un canto anarquista- que es la libertad, y además el modelo económico se mostró que era inviable, culminándose, tras constatarse el fracaso, con el giro radical al capitalismo salvaje en los países más importantes donde había triunfado este experimento social: Rusia y China. Aún quedan caricaturas residuales de la degradación estalinista en Cuba, pero al invento le queda de duración lo que dure la vida de dos hermanos ancianitos.

Contrario a esta acción socialista revolucionaria, en Europa occidental, donde estaban los países capitalistas avanzados, se impuso un modelo socialista moderado, que aceptaba las reglas del juego de la democracia, y que vino a llamarse socialdemocracia. Pretendía transformar la sociedad de forma progresiva, domesticando desde dentro al monstruo, e ir dulcificando poco a poco el capitalismo hasta superarlo. Dado que el terreno de juego del capitalismo es el mercado, la estrategia de la socialdemocracia era transformar el mercado corrigiendo sus defectos, y en esa tarea se aplicó.
Fiel a su raíz socialista la socialdemocracia también intentó, cuando obtuvo poder, tomar el dominio público de los medios de producción, al menos en la banca, transporte, energía y otros sectores estratégicos. Pero estas nacionalizaciones fracasaron y, a veces con convencimiento, a veces con resignación, la gestión de todos estos sectores fue devuelta al mercado, incluso en lo posible procurándose la desregulación y la competencia para conseguir la mayor eficiencia productiva, de acuerdo con las reglas sencillas del mercado.

Otra forma de colectivizar los medios de producción era impulsar las cooperativas de trabajadores, y aún es un modelo propuesto por defensores de las esencias socialistas. El problema es que como modelo cooperativista potente a nivel mundial solo puede citarse la experiencia de Mondragón, lo que hace sospechar que las cooperativas fracasan cuando compiten en el mercado, presumiblemente por carecer del elemento dinamizador del mercado, el empresario. Si la corporación Mondragón ha triunfado hay que atribuirlo a que los vascos son de otra pasta, con las genes necesarios y en proporción correcta para emprender y cooperar.

La socialdemocracia se aplica a muchas tareas, pero desde el punto de vista económico su misión de transformar la sociedad en busca de la igualdad y la justicia social se centra fundamentalmente en la redistribución de la riqueza vía impuestos, aceptando cada vez más, para generar riqueza, las reglas del mercado capitalista. Pero si no se genera riqueza no hay reparto, y esta es la causa de la profunda crisis actual –en ideas y programas- de la socialdemocracia. Continuará.


Damián Zamorano Vázquez
Estepona Información. 17.12.2011

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