sábado, 12 de noviembre de 2011

Austeridad y reformas

Confundir conceptos es la formula infalible para vivir en la confusión y convertir las discusiones en diálogos de besugos. En la crisis que nos ha tocado vivir, hay dos palabras que se repiten a diario, austeridad y reformas: muchos confunden ambos términos, cuando nada tiene que ver uno con el otro.

Definiendo –un poco forzadamente- austeridad como gastar menos por no tener dinero, obviamente no es una virtud, sino una desagradable necesidad. Es lo que le ocurre a muchas familias cuyos mermados ingresos no le permiten llegar a fin de mes, y tiene que hacer recortes incluso en gastos claramente razonables. Es el gran problema del Ayuntamiento de Estepona que, ahogado por deudas y un inaceptablemente alto porcentaje del gasto en el capítulo de personal, apenas dispone de dinero corriente para mejorar la calidad de los servicios, ni mucho menos para realizar inversiones productivas como demandaría un municipio que aspira a salir de la crisis atrayendo al turismo de calidad, creando a la vez necesarios puestos de trabajo.

España esta aplicando una severa política de austeridad, obligada por Europa, siendo el objetivo pagar deudas pasadas y evitar deudas futuras. Gusten o no estas medidas tienen que ser adoptadas gobierne quien gobierne, sea PSOE y PP, por ser muy estricto el porcentaje de déficit público que se permite cada año. Y esta austeridad a nadie puede gustar pues, gobierne quien gobierne, supone disminuir gastos en prestaciones sociales (educación, sanidad, dependencia, ayudas a parados, etc.). Además, esta obligada austeridad extrema imposibilita el crecimiento económico e inhabilita al Estado como generador de estímulos económicos, acentuando nuestro principal problema, el paro, y obliga a aumentar la austeridad, empeorando aún más el problema. Es un perverso circulo vicioso. Convendría que el próximo presidente del gobierno tuviera la talla política necesaria para saber defender ante Europa nuestros intereses.

Por el contrario reformar lo que va mal es una virtud, obligada en tiempos de crisis, pero necesaria también en época de bonanza. De cómo se apliquen estas necesarias y benditas reformas va a depender la futura prosperidad de nuestro país. Cuatro reformas se me antojan imprescindibles:

1. Redefinir el papel del sector publico. Solo debe realizarse lo que es necesario y además debe realizarse de forma eficiente (la mejor calidad al menor coste). Si hay que aplicar la tijera a diputaciones y televisiones partidistas, por poner solo unos ejemplos, aplíquese con rigor y sin remordimientos.

2. Aumentar la productividad laboral, pero no a la manera de los mundos subdesarrollados, a base de contratos y salarios basura, sino copiando los modelos de los países más prósperos, en los que el denominador común es el acuerdo entre sindicatos y empresarios y no la defensa numantina de intereses corporativos.

3. Consolidación fiscal, con ingresos ajustados a gastos.

4. Cambiar el modelo productivo, huyendo del crecimiento basado en burbujas especulativas, como nos pasó con la construcción, y de la simple depredación del medio ambiente. Obviamente esto requiere también invertir en los sectores productivos del futuro, basados en el conocimiento y la excelencia.

Estas reformas no tienen un cariz político definido, son necesarias gobierne PSOE o PP. Su objetivo es permitir un horizonte de prosperidad que, en un mundo irreversiblemente globalizado, solo es posible si somos un país competitivo, fiable y seguro, en el que merece la pena invertir. Seria bueno no confundir las dolorosas medidas de austeridad con las necesarias reformas, y que al menos lo básico esté en el horizonte común de los principales partidos políticos. Hay muchos intereses contrapuestos entre los más y los menos favorecidos en la sociedad, y por tanto la lucha política necesariamente seguirá viva, pero si nos cargamos la gallina no habrá huevos para repartir, ni de oro ni de hojalata.

Damián Zamorano Vázquez

Estepona Información 12.11.2011

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