lunes, 8 de agosto de 2011

La apendicitis de Antonio

Antonio tenía fiebre, vómitos y dolor en el lado derecho de la barriga. Acudió a su médico que, tras explorarlo, lo remitió al hospital comarcal con la sospecha de apendicitis. Para su disgusto -aguantando el dolor- tardó en llegar al hospital, lejos de su casa, pero más tardó en localizar el servicio de urgencias entre los múltiples edificios del centro. Fue atendido groseramente por la administrativa de admisión, y despachado sin más a una amplia sala en la que cientos de desinformados pacientes esperaban una supuesta asistencia. Afortunadamente, algunos trabajadores del hospital sí eran amables y Rocío, una enfermera, le contó los pormenores del centro. Le contó que la plantilla era muy numerosa, siendo casi todos los empleados familiares de los médicos, o amigos de sus clubs de tenis. Afortunadamente muchos trabajadores estaban de baja, o en el bar, o en el supermercado, y así no se tropezaban entre ellos, siendo los más molestos los que sin actividad definida sólo se comportan como el jarrón que regalan las suegras, estorbando, pero imposible de quitárselo de encima. Le contó que tan numerosa era la plantilla que consumía todo el presupuesto del hospital, y que como le negaban créditos y suministros, pues tanto dinero debía, Antonio tendría un problema pues, sin dinero para radiografías, medicamentos y anestesia, era infinitamente más probable que fuera mareado que curado.

Antonio exigió hablar con el gerente, para protestar, y éste le contó, mientras le iba creciendo la nariz, que el hospital funcionaba bien, y para demostrárselo le enseñó unos artículos muy elogiosos escritos en la prensa local por afamados periodistas.

Por casualidad Antonio se encontró con Jesús, amigo de la infancia, que era el dirigente sindical del hospital. Jesús le dijo que podía intentar contratarlo, pero que resolver su problema médico era más o menos imposible. Antonio, ya con los nervios perdidos, le acuso de insensible, de no luchar desde su privilegiado puesto sindical por un hospital como Dios manda, que cure apendicitis y no extorsione por dejadez a los pacientes. Jesús, el líder, le dijo que la atención en el hospital no era su problema, que era de otros, que bastante tenía el con luchar día a día por conseguir mejoras laborales.

Antonio reclamó al ministerio de sanidad, pero la titular le dijo que ese hospital tenia el mejor gerente de España, eficaz y servicial a partes iguales.

Antonio, al parecer, desesperado, sobornó al farmacéutico del centro para conseguir antibióticos y anestesia, pero no puedo seguir contándoles la historia pues está bajo secreto de sumario.

La triste historia del hospital de Antonio es exactamente la historia del Ayuntamiento de Estepona que ha heredado el actual equipo de gobierno. Un monstruo diseñado para acumular puestos de trabajo a base de impuestos y deudas, que queda sin recursos para desarrollar la única función conocida de un Ayuntamiento, servir al pueblo, no servirse del pueblo.

Nuestro Ayuntamiento tiene un serio problema, y su solución solo puede contemplarse desde la óptica del servicio al ciudadano, nunca desde la óptica de unos privilegios de personas o grupos. Si el Ayuntamiento fuese una empresa privada de inmediato habría un serio recorte de plantilla, una denuncia sin más del convenio colectivo y una reorganización profunda de la productividad, todo ello tras ser declarado en quiebra. Se ha decidido por los que gobiernan no tomar este tipo de medidas drásticas, pero cualquier negociación debe de pasar por disminuir la masa salarial global y por homologar el convenio colectivo al que tiene otros empleados públicos, por ejemplo en la Junta de Andalucía.

Cualquier negociación con los sindicatos que no logre armonizar los derechos de los trabajadores con los derechos de la población (de los Antonios) será un nuevo fracaso, un no volver a resolver la situación, un seguir arruinando por ineficacia y componendas a este país.

Damián Zamorano Vázquez
Estepona Información. 30.7.2011

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