sábado, 13 de junio de 2009

Ética y corrupción

A Adam Smith, considerado el padre de la economía y el liberalismo, se le ha distorsionado como el profeta del capitalismo “salvaje”, una sociedad solo orientada por el egoísmo, pero que a pesar de todo conseguiría un bienestar general en base a una especie de “mano invisible”. Esto es falso, Smith fue un moralista y de la lectura de su libro “La teoría de los sentimientos morales” queda claro que el capitalismo beneficioso por el proyectado solo seria posible en una sociedad con fuertes valores morales, estoicos para el autor. 
Pero esta ética de los siglos XVIII y XIX, basada en creencias y usos religiosos, de fuerte implantación en la sociedad, ya no es la imperante en el mundo actual. De las normas éticas y morales correctas más o menos seria fácil hace una recopilación moderna, en el fondo una actualización de los 10 mandamientos. Pero la pregunta fundamental es ¿merece la pena vivir de acuerdo con las normas éticas?. Dicho de otro modo, ¿merece la pena no robar porque lo consideramos moralmente reprobable, o es mas útil robar a manos llenas, siempre que no te pillen?. Buscando respuesta a esta difícil pregunta leí hace años un ensayo de Savater, “Ética para Amador”, y quede bastante insatisfecho. Savater puso como ejemplo de comportamiento no ético al ciudadano Kane (Orson Welles) y su conclusión era que no merecía la pena vivir como Kane pues acabarías sin el amor y respeto de tus semejantes, y con un Pepito Grillo interno que afearía tu conducta. No lo tengo muy claro, y a lo que sigue me refiero.
De los grandes especuladores, los que nos han traído por su codicia la crisis económica actual, hablare otro día. Por ahora solo pedir a los gobiernos que los regulen, y bien, que ellos carecer de ética para regularse, pues su reino en de otro mundo, y a los particulares que boicoteen las revistas de corazón que ríen sus gracias y glosan sus lujos.
Pero que ocurre con los pequeños poderosos, por ejemplo gobernantes locales y nacionales de nuestra amada España. Las sospechas y certezas de corrupción se extienden por doquier. Y no es solo el problema de la corrupción clásica, trincar dinero del constructor, o por mediación de un sastre, o meter mano en la caja, es también de la corruptela, llámese usar el Ayuntamiento para colocar familiares o correligionarios, o llevar a la ruina a un Ayuntamiento por pura incapacidad para gestionar lo encomendado. Pensar que la justicia resarcirá estos males es pesar en corto, la justicia solo trinca a un tanto exiguo de los maleantes, los declara culpables muy tarde, y con frecuencia los acusados ni son todos los que están, ni están todo lo que son. El cualquier caso el daño por corrupción, corruptela o incapacidad se hace en el día a día y el castigo, político o judicial, si llega, será años después. Un respeto escrupuloso a las normas seria otra forma de evitar la corrupción, pero es difícil regular tanto. Quizás la solución a esta disfunción es volver de nuevo a la ética y moralidad, pero no al miedo del Pepito Grillo interno, que este se anestesia bien a base de billetes, cargos y prebendas, sino a la ética por miedo al reproche social de los conciudadanos ante comportamientos irregulares, allí donde se produzcan. Pero esto solo es posible si los ciudadanos están imbuidos de los principios éticos elementales, no robaras, no mentiras, no usaras el Ayuntamiento como cortijo, no construirás cortijos no autorizados por el Ayuntamiento, etc., y aplican estos principios en los actos cotidianos. Mientras la moralidad no sea la norma del comportamiento habitual de la ciudadanía la corrupción nunca tendrá frenos. Si en un pueblo se detecta una corrupción o corruptela generalizada de los gobernantes puede obtenerse una desagradable conclusión, en ese pueblo hay una epidemia de falta de valores cívicos. La moralidad militante del ciudadano en lo cotidiano es el mejor antídoto contra la corrupción

Damián Zamorano Vázquez
Publicado en Estepona Informacion, 6.6.2009

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